Sobre las anomalías

 

«N°1 San Adolf II en Waldau, Berna» (1922, detalle). Pintura de Adolf Wölfi, nacido un 29 de febrero.

Veintinueve de febrero. Fecha anómala por excelencia. A no ser porque se repite, con pasmosa regularidad, cada cuatro años. ¿Dónde está la anomalía? Etimológicamente, anómalo significa “sin norma”, aunque el uso consagra el término para designar aquello que cae fuera de lo común. Si trasladamos el ejemplo de la fecha a otros registros, los resultados son similares. La belleza, por ejemplo; la belleza como anomalía. Siendo, según la concebimos, tan poco frecuente, nos une a todos en su búsqueda: es una especie de lugar común que todos conocemos y/o habitamos. Concebimos el espacio natural como algo bello, sea un desierto de arena purpúrea, un níveo mar de hielo o un bosque insondable, un volcán en erupción o un inmenso mar de sal. Todo ámbito geográfico (que al ser geográficamente nombrable es a la vez humano, se sobreentiende) ofrece un grado de belleza. Y también existe belleza en el lenguaje. De buscarla, encontraremos belleza incluso en seres que fisionómicamente nos resulten poco cautivadores, manifiesta como ternura, sabiduría o compasión. Puesta así, no parece tan anómala, tan infrecuente: de ahí que se afirme que está en los ojos de quien la mira. Por mucho que existan cánones que la delimitan, unos más perdurables que otros. ¿Y su antípoda? La fealdad es la supuesta ecología habitual donde nos desenvolvemos, aquella que aprendemos a evadir con minuciosas técnicas de aseo, instrucción, refinamiento, autocensura, etcétera. Pero al rehuirla ha dejado de ser “común” para volverse “peculiar” –anómala- , y a poquísimas personas se las puede señalar sin pudor por ser verdaderamente, y en un sentido amplio, grotescas.

De nuevo, ¿qué es lo anómalo? ¿Será lo anárquico? ¿Y si se elige la anarquía como proyecto liberador, aunque como en todos los proyectos liberadores sea imposible vislumbrar cada uno de sus alcances y peligros? La anomalía, más que la belleza, es lo que verdaderamente reside en los ojos del espectador. Se puede inferir que toda anomalía escandaliza, puesto que si la belleza (la hermosura, la bondad, la regularidad, lo que inspira nostalgia, lo modélico) es deseable, mientras que la fealdad (lo grotesco, lo risible, lo que inspira pena, lo insatisfactorio, lo caótico) puede ser tolerable, la anomalía es aquello que, por hallarlo infrecuente y sin ajuste a una norma (y no se puede vivir sin normas) provoca la reacción más elemental de toda forma de vida, a saber: el rechazo a lo distinto. Pero ¿no es nuestra propia e incomunicable experiencia vital la que define nuestras normas, y qué cae dentro y fuera de ellas? ¿Es la singularidad del individuo la verdadera anomalía?

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